martes, 17 de julio de 2012

Literatura apocalíptica


De la profética a la apocalíptica
La literatura del pueblo de Israel evolucionó desde la literatura profética a la apocalíptica. La profética se desarrolló normalmente en un mundo organizado, dentro del cual el profeta proclamaba la palabra de Dios. La apocalíptica, por el contrario, nació cuando ese mundo organizado había sido destruido o cuando el creyente fue excluido del mundo organizado y arrojado al caos de la marginalidad; lo apocalíptico buscó reconstruir la conciencia, para hacer posible la reconstrucción de un mundo diferente.
El movimiento profético clásico se dio principalmente antes de la destrucción de Jerusalén en el año 586. En ese momento el pueblo quedó sin referencia cultural, religiosa, política etc. y se incrementó  la apocalíptica. Esta buscó reconstruir la conciencia creando símbolos y mitos nuevos que hicieran posible la reconstrucción del pueblo.
El profeta  actuó dentro del mundo existente. El apocalíptico condenó el orden existente y anunció la construcción de otro mundo. El profeta buscó realizar el plan de Dios en el mundo político y religioso de su época.  El apocalíptico surgió cuando el mundo estaba destruido o por destruirse con la intención de construir un nuevo mundo.

¿Qué es un apocalipsis?

El término es la transcripción de la palabra griega apokalypsis que abre el Apocalipsis de Juan y que significa revelación; se vincula con  el verbo apokalyptein, desvelar, levantar el velo. Con la expresión literatura apocalíptica se designa a las composiciones literarias, que se parecen a la de San Juan, y que aparecen entre el siglo II AC y el II DC. Para proponer una definición se debe tener en cuenta una triple realidad: es a la vez un género literario, es decir, textos, un movimiento social –grupos humanos que están tras los textos- y una comprensión del mundo y de la realidad –en cierta medida una ideología-.
“Un apocalipsis es un tipo de literatura de revelación que, en un marco narrativo, presenta una revelación transmitida por un ser celeste a un destinatario humano y que desvela una realidad trascendente, a la vez de orden temporal, en la medida en que concierne a la salvación escatológica, y de orden espacial, por tanto, que implica otro mundo, el mundo sobrenatural. Esa revelación tiene como finalidad interpretar las circunstancias presentes y terrenas a la luz del mundo sobrenatural y futuro, e influir a la vez en la comprensión y el comportamiento de los destinatarios por medio de la autoridad divina” J.J.Collins

Además, para la consideración de esta literatura deben tenerse en cuenta estos cinco criterios:
*     Pseudonimia. Los escritos apocalípticos apelan  a un gran personaje del pasado (Moisés, los patriarcas, Henoc, Esdras); esto indica una necesidad de autoridad en una época en la que los profetas han desaparecido. Es necesario que el escritor apocalíptico sea un personaje antiguo, pues su autoridad no puede ser contestada. Por último, este prestigioso patronazgo permitirá al apocalíptico resolver el problema de las predicciones: así el autor podrá de forma ficticia, recorrer toda la historia de Israel, desde la época del personaje histórico al que se atribuye su obra, y mostrar de esta manera todo el desarrollo del plan de Dios bajo una forma de revelación de los acontecimientos futuros. “Al pretender la autoridad de los antiguos inspirados, el apocalíptico simplemente es fiel a uno de sus artículos de fe: el plan de Dios está fijado desde los orígenes. Dios no ha podido revelárselo más que a sus más fieles servidores. Éstos lo recibieron sin entenderlo siempre y sin poder divulgarlo. Pero ese obligado silencio y esta incomprensión garantizaban que la profecía se conservaría intacta hasta el día en que una orden divina decretara su divulgación, habiendo llegado ese momento”
*     Esoterismo y simbolismo. El escritor de apocalipsis se supone que divulga secretos confiados en otro tiempo por Dios a antepasados célebres. Estos secretos son desvelados en ese momento porque el fin está próximo. Pero esta revelación está reservada a los iniciados. Se trata de un lenguaje codificado que recurre ampliamente al simbolismo de los números y los colores, a las representaciones mitológicas y a las comparaciones históricas. Este lenguaje, cuyas imágenes solo los elegidos pueden comprender, debe seguir siendo naturalmente oscuro e incomprensible para los de “fuera”, extraños al pueblo elegido o enemigos. Entre otras cosas, permite fustigar y acusar al tirano perseguidor, representado bajo diversas figuras simbólicas.
*     Supranaturalismo. Del hecho de las revelaciones que transmite, de su origen, de su significado y de su alcance, la literatura apocalíptica se interesa por otro mundo más allá de esta realidad. Dos mundos se enfrentan y se sucederán: el mundo actual, el “eón” presente (del griego aion, edad, mundo), en poder del mal, y el mundo futuro, que pertenece a Dios y que procede de él. Por otra parte, el visionario es arrastrado a menudo a un viaje al más allá, donde contempla anticipadamente la victoria final y donde asiste a escenas celestiales.
*     Dualismo y pesimismo. La apocalíptica propone una visión dualista y pesimista del mundo presente. Éste es un lugar de combate entre las fuerzas del mal, que dominan la humanidad, y las fuerzas de Dios, que un día resultarán victoriosas. En la descripción de este combate, la literatura apocalíptica concede un lugar importante a los ángeles y demonios: su lucha en el mundo celeste tiene implicaciones en la historia de los hombres. La visión es pesimista en el sentido de que el mundo actual no camina hacia la felicidad, sino hacia la destrucción. El mundo actual está bajo el juicio de Dios. Pero este pesimismo sobre el futuro del mundo actual se supera con la esperanza en la victoria de Dios, que establecerá el mundo nuevo que el visionario contempla ya en espíritu.
*     Determinismo. Los apocalipsis manifiestan una visión determinista de la historia. Todos está fijado con antelación, desde los orígenes, y se encamina inexorablemente hacia su cumplimiento: “El mundo y su historia están regidos por un plan que Dios dispuso desde el principio.
EL APOCALIPSIS DE JUAN

El autor es Juan, pero no el discípulo de Jesús, a pesar de que por mucho tiempo se lo relacionó con él. Nada permite identificar el apóstol con Juan de Patmos. No solo no reivindica nunca ese título, llamándose simplemente “siervo”, sino que incluso el grupo de los apóstoles pertenece para él al pasado (18, 20- 21, 14).  Debió ser una personalidad importante de las comunidades asiáticas de finales del siglo I, quizá un miembro influyente de un círculo de profetas cristianos itinerantes, pues las iglesias destinatarias pertenecen a toda el Asia menor.
El lugar de redacción es la isla de Patmos, donde Juan está exiliado “por haber anunciado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús”. El autor implícito se presenta al lector bajo el signo del exilio forzado. Generalmente se proponen dos fechas de redacción: los reinados de Nerón y Domiciano. No parece haber sido escrito en un período sangriento, aunque se habla de los mártires, tal vez sea por la reciente persecución  de Nerón (54-68). Dice la historia que el emperador persiguió a los cristianos para que no lo acusaran del incendio de Roma en el 64. Conserva el libro un recuerdo de este período: el mito de “Nero redivivus”, Nerón vuelto a la vida. Para los cristianos representaba la propia figura del Anticristo.
Para la mayoría de los exégetas, el reinado de Domiciano (89-96) es el que mejor cuadra con el contexto de comunicación del Apocalipsis de Juan.
 El contexto histórico del Apocalipsis se reconstruye insistiendo en la persecución de los destinatarios. Se interpreta como un mensaje de aliento dirigido a una comunidad expuesta a un sistema totalitario y opresor.
Bajo el reinado de Domiciano no hay atestiguada históricamente ninguna persecución sistemática contra los cristianos. Su reinado está marcado por un absolutismo que se caracteriza en particular por el desarrollo del culto imperial. El absolutismo le acarrea la oposición de intelectuales y senadores, muchos de los cuales serán perseguidos y expulsados.
Si se tiene en cuenta el exilio forzoso de Juan de Patmos, entonces la persecución que sufre indica la práctica, corriente bajo Domiciano, que consiste en alejar de los centros políticos importantes a las personalidades cuya palabra podría resultar molesta. Esto indica que Juan es importante, pero no un contexto de persecución sistemática contra los cristianos. Por otra parte no menciona más nombre de mártir que el de Antipas. Las alusiones a los mártires no parecen hacer referencia al presente de los oyentes.
La actitud bastante crítica de Juan con respecto al sistema imperial no es la única voz que se eleva en el NT. Las cartas pastorales hacen la apología de una integración de las comunidades cristianas en la sociedad romana. Estas diferentes actitudes muestran que las nacientes comunidades cristianas se encontraron enfrentadas a la difícil cuestión de la actitud que había que adoptar con respecto al poder romano. Estaban divididas entre un deseo de adaptación y la preocupación por la fidelidad al Evangelio, que puede conducir al martirio.
Juan les reprocha a sus oyentes una “instalación” en la sociedad de su tiempo. Se deduce que quizás Juan es el que está en conflicto con Roma. Es su visión del mundo antes que una realidad social. La orientación crítica del Apocalipsis es una característica del género. Una doble convicción motiva el escrito del autor: en el plano externo, una mirada crítica sobre los poderes humanos; en el plano interno, el cuestionamiento de la comunidad cristiana desde que se “instala” en el mundo abandonando la imperiosa necesidad de proclamar el advenimiento del tiempo nuevo inaugurado por el acontecimiento pascual.

ESTRUCTURA DEL APOCALIPSIS
Se estructura en torno a una serie de visiones. La primera está centrada en su dimensión cósmica, la segunda en su dimensión histórica. Previamente la obra se inicia con una parte que adopta la forma epistolar, preparada a su vez por una visión inaugural del conjunto de la obra
La introducción general indica el origen (Dios y Jesucristo); la mediación (el ángel), los destinatarios de las visiones (el siervo Juan y los que leen y escuchan el mensaje) y su objeto (lo que pronto va a llegar). Precisa a quién se dirige la obra y cuáles son los destinatarios a los que históricamente apunta Juan (las siete iglesias que están en Asia). A partir de 1,9 comienza la visión inaugural de la obra. Luego consta un conjunto de cartas dirigido indistintamente a comunidades asiáticas.
Primera serie de visiones.  Se inicia con una celebración cultual cósmica donde, por turno, son adorados Dios y el Cordero. A continuación, articulada en torno a septenarios de sellos y trompetas, viene la presentación del juicio del mundo como signo de la cólera de Dios. Sólo dos escenas interrumpen está serie de catástrofes: la presentación de los 144 mil elegidos y de la muchedumbre innumerable, y los dos testigos. Mediante estas dos escenas se subraya la imperiosa necesidad de dar testimonio.
Segunda serie de visiones Presenta en el orden simbólico, el combate escatológico que opone a Dios, a Cristo y a su pueblo con los poderes de este mundo, con el poder de Satán. La visión de 12,1-6 inaugura la sección: estos poderes que se enfrentan con el “linaje de la mujer” tienen como inspirador a Satán. Después son presentados los protagonistas. Satán suscita las persecuciones del Imperio romano. El sistema imperial domina por todas partes y amenaza la existencia de todos los que rehúsan plegarse a sus reglas. Frente a Satán y sus representaciones está la comunidad del cordero. Luego se anuncia el juicio sobre Satán y los poderes que son sus esclavos. De nuevo aparecen siete ángeles y sus azotes; después juicio a Roma y al Imperio. A pesar de las artimañas de Satán en 19,1-10 los creyentes proclaman la victoria. Seguidamente el juicio se convierte en cósmico y sobrepasa al imperio romano: es la misma victoria del Mesías. Sólo entonces puede bajar del cielo el mundo nuevo.
Epílogo. Luego de la victoria de Cristo, la espera de la plena manifestación cósmica de esta victoria de Cristo encuentra su expresión en la liturgia del culto de la comunidad, mediante la cual halla la fuerza para vivir y asumir el presente. La proclamación litúrgica final, “Ven, Señor Jesús” equivale al MARANA THA de 1cor 16-22.
 Bibliografía:
Sagrada Biblia Nácar-Colunga
Colección Verbum Dei.